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Un modo de repensar la eclosión de la Economía Social y Solidaria (ESS) en las primeras décadas del presente siglo reside en la posibilidad de hacer realidad la utopía de un mundo mejor. Ello consiste, en hacer de la solidaridad una práctica permanente y sostenible en un mundo donde la lógica voraz del mercado impone un modelo de sociedad sustentada en la barbarie, antítesis de la civilización. Tal contradicción, donde el capital se ha convertido en motivo de pleitesía, convierte a la EES y a su apuesta por la solidaridad, en una ingenuidad.  

Cuando hablamos de ingenuidad, esta se relaciona con la capacidad mutable del capitalismo como sistema, que cuenta con más de quinientos años de existencia, un periodo breve si lo comparamos con la evolución humana. El llamado “descubrimiento” de América, con la llegada de las naves de Colón, no fue más que la idea romántica de una empresa que buscaba superar la crisis del naciente capitalismo, urgido de nuevas rutas comerciales para obtener fuentes de capital. Esa necesidad sentó los antecedentes más remotos de la batalla entre civilización y barbarie: la imposición extrema de la violencia contra las comunidades originarias del “Nuevo Mundo”, que aún practicaban formas de asociación basadas en el trueque y el intercambio de productos para distribuir los resultados de su producción. Puede afirmarse que la conquista y la colonización, con la consiguiente expoliación de los recursos naturales y humanos de América Latina y el Caribe, constituyen el punto de partida de esa ingenuidad. La expresión de José Martí, al señalar que con la independencia de estas naciones la colonia continuó viviendo en las repúblicas que surgieron, sentó las bases primigenias de la ingenuidad de creer posible romper radicalmente con el subdesarrollo mediante la alianza solidaria entre los próceres de estos procesos libertarios.

Un momento de inflexión de esa ingenuidad se ubica en la década de los noventa, con la desaparición del campo socialista y la imposición de la unipolaridad capitalista. La ideología neoliberal, como expresión del reajuste del capital financiero, volvió a evidenciar la capacidad de adaptación del imperialismo en un nuevo contexto, donde la izquierda latinoamericana y caribeña había impulsado diversas alternativas socialistas o democráticas durante los años setenta y ochenta del siglo pasado. Chile y Granada fueron ejemplos paradigmáticos. 

Ante la crisis que provocó estas salidas anticapitalistas, surgieron otras opciones “mágicas” del neoconservadurismo, con epicentro en Europa, frente a la crisis financiera global y la denominada burbuja financiera. Estas respuestas generaron mecanismos innovadores. Esta capacidad de resiliencia, como un “organismo social”, ha convertido los periodos de crisis en el contexto ideal para autorregularse. Cuando las crisis no existen, el capitalismo las crea. La guerra en Ucrania es la más reciente de sus derivaciones para recircular el capital. El estímulo de otros conflictos en distintas regiones del mundo, que derivan en nuevas crisis “civilizatorias” —a partir del enfrentamiento entre Rusia y Europa, sumando a China como potencia— ha demostrado a lo largo de la historia la ingenuidad de la solidaridad. Optar por una economía orientada a la rentabilidad a corto plazo como indicador de riqueza o crecimiento material obliga a los movimientos sociales “antisistémicos” a regresar al periodo cervantino, con la metáfora de los molinos de viento del Quijote.

Esto último se traduce en la reestructuración de la izquierda, que atraviesa una crisis en sus postulados ideológicos de base. Este fenómeno ha ocurrido en uno de sus escenarios por excelencia: América Latina. En comparación con la expoliada y fragmentada África, esta última ha mostrado un ejemplo de unidad solidaria. Sin embargo, en la última Cumbre de Países Iberoamericanos, donde no asistió la mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno, marcó el clímax de una fractura que debilita las bases de muchas iniciativas de ESS. En casos como Brasil y Ecuador, estas iniciativas han reducido su alcance, con impactos que contradicen los argumentos utilizados para sostener su supuesta ingenuidad.

Por otra parte, la derecha política también se reacomoda a esta situación, con un reajuste hacia el centro similar al que experimenta la militancia de izquierda. Hoy es posible afirmar que las divisiones entre izquierdas y derechas han llegado a su fin. Con asombro, las ideologías se “pintan de colores”, como el ambientalismo político o los feminismos negros. Al igual que las crisis económicas, la política ha ido perdiendo credibilidad social. No obstante, la izquierda, en su intento por mantenerse, recurre a medios alternativos para sobrevivir en un escenario de relativa hegemonía neoconservadora, mientras persiste la bipolaridad, visible en los BRICS o en la supremacía de China en asuntos económicos y de seguridad militar.

Ante un contexto global, la ESS persiste como una alternativa que apuesta por la solidaridad, especialmente para los más desposeídos. Desde la ciencia económica, demuestra una praxis que genera utilidad social y valores humanos, potenciando principios positivos como resultado de un desarrollo integral. Este se traduce en iniciativas como ferias del libro solidarias, finanzas éticas o comunidades energéticas, que buscan deconstruir las narrativas que presentan la solidaridad como ingenua y la asocian con inmovilidad y pesimismo social.

La ESS, más allá de variantes como la Economía Naranja, la Economía del Conocimiento o la Economía Circular, incorpora un valor agregado esencial: la solidaridad. Esta surge de sus resultados, cuyo impacto puede generar transformaciones estructurales a nivel comunitario, territorial y global. Uno de los ejemplos más relevantes es el cooperativismo como modelo empresarial, que actúa como reservorio de principios orientados al mejoramiento humano. Este enfoque lo aparta radicalmente de la tradición que concibe la empresa únicamente como productora de mercancías. En el cooperativismo también se sientan las bases de un sujeto de “nuevo tipo”, un “sujeto orgánico” que supera con creces la supuesta ingenuidad atribuida a la Economía Social y Solidaria. Este nuevo sujeto, desde el empresariado cooperativo, constituye un capital que ofrece recursos y servicios en función del bien social, un bien que posee un alto valor agregado expresado en la solidaridad, el bien común y el voluntariado.

El modelo socialista cubano encontró en el cooperativismo, inicialmente asociado al ámbito agrario, una de las vías para lograr una distribución más equitativa de los resultados de la producción entre sus asociados y la sociedad.

Sin embargo, la apuesta por un cooperativismo no exclusivamente rural, más allá de su carácter empresarial, busca maximizar la solidaridad mediante la responsabilidad social cooperativa. Este esfuerzo no está exento de grandes obstáculos, como los impuestos por una economía en crisis, agravada por un entorno de creciente hostilidad externa debido al bloqueo, y por la falta de experiencia práctica en la concepción e implementación de formas de gestión cooperativa más efectivas y eficientes. Sin que ello implique falta de voluntad institucional, parece que Cuba constituye más un ejemplo de la ingenuidad de concebir la empresa cooperativa como un actor económico de peso para superar la crisis.

Apostar por la solidaridad en un entorno capitalista, donde la batalla entre barbarie y civilización se inclina a favor de la primera, convierte a la EES en una opción valiosa para equilibrar la balanza. Esto resulta clave cuando se busca edificar un modelo civilizatorio basado en el conocimiento, en un mundo interconectado por la virtualidad, donde las ideologías y las alternativas solidarias han persistido frente a crisis globales como la escasez de energía o alimentos.

Aunque Europa, considerada modelo por excelencia de la cultura de élite y del progreso, no escapa al anquilosamiento del pensamiento de izquierda, diversas iniciativas logran avanzar y desafiar la supuesta ingenuidad atribuida a la EES.

A modo de conclusión, la supuesta ingenuidad de la EES cobra sentido en modelos como los de España y Cuba. Aunque presentan enfoques de desarrollo diferentes, fenómenos sociales como la drogadicción, la violencia o la prostitución —especialmente entre mujeres y jóvenes— constituyen un flagelo común que plantea retos enormes. Estos desafíos pueden y deben enfrentarse mediante la cooperación de todos los actores sociales, políticos y económicos.

La Economía Social y Solidaria, generadora de empleo, conocimiento y servicios, convierte en realidad el axioma de que un mundo mejor es posible, donde prevalezca la necesidad de ser más solidarios y de actuar por el bien común para garantizar nuestra supervivencia como especie.

Emprendimiento Colectivo ha publicado este artículo con el permiso de su autor mediante una licencia de Creative Commons.

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