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Decía Rosita Panta, antigua presidenta de la Asociación de Mujeres MAPEL en Ecuador, que sus siglas significaban “mujeres artesanas, productivas, emprendedoras y libres”.  Estas dos últimas palabras se quedaron grabada en mi mente en 2013 cuando tuve la suerte de conocerla, a ella y a las 270 mujeres rompedoras con las que trabajaba. La unión de ambas “emprendimiento y libertad”, ese binomio, me pareció poderoso y absolutamente indisoluble para generar un verdadero cambio social. Aunque por aquel entonces yo estaba lejos de entenderlo en toda su dimensión.

Actualmente, cuando hablamos de emprendimiento rápidamente nos centramos en el “modelo de negocio” y pasamos de puntillas, o directamente obviamos, la importancia de las personas que hay “delante y no detrás” de ellos. El orden de factores sí altera el producto en este caso, persona – proyecto. Son ellas las que tienen la capacidad para convertir una idea en una oferta de productos y servicios con valor para el cliente de forma rentable, ésta es la clave que marca la diferencia. El valor no está tanto en la idea, como en el proceso de su transformación y luego en el de su supervivencia en el mercado, y aquí las personas son las que lo hacen posible. 

Si algo hemos aprendido de las crisis y de esta última pandemia de 2020 es a “adaptarnos si queremos sobrevivir”, pues bien, esta competencia es ADN para el emprendimiento.

Por todo ello, las personas emprendedoras necesitan trabajar y desarrollar sus “competencias” para poder generar luego modelos de negocio viables y rentables que transformen el mundo en el que vivimos.  Por que sí, el emprendimiento es una poderosa arma de transformación económica, pero también social. Y no me refiero a la creación de grandes corporaciones, o startups o unicornios; me refiero a modelos de negocio que transforman una comunidad, un pueblo, un municipio, una ciudad… porque tienen un “propósito” y no hay nada más poderoso que personas unidas con un propósito común.

En 2013 me fui a Ecuador a trabajar con las mujeres de MAPEL para colaborar en la cooperativa y seguir cambiando la realidad de la mano de Ayuda en Acción. Ellas querían “un futuro para sus hijas diferente al suyo, independencia económica, poder de decisión en sus negocios, un trabajo digno, una comunidad de apoyo solidario, un espacio propio, una voz, aprender, un medio de vida para las jóvenes y para las mayores, educar a los varones en una sociedad corresponsable…” sin duda un proyecto con propósito y muy difícil de conseguir, pero ahí siguen empeñadas en hacerlo posible, unidas y avanzando.

Poder cambiar de una sociedad de mujeres pobres y dependientes hacia una sociedad de mujeres con un negocio digno y libres no fue fácil: la constitución de la cooperativa, su responsabilidad solidaria, el fondo rotatorio para invertir en los modelos de negocio gestionado por ellas mismas a través de la Caja de Ahorro y Crédito, la escuela de mujeres emprendedoras para capacitarse… todo son herramientas de una misma raíz: el emprendimiento: la capacidad de transformar el mundo a través de un modelo de negocio viable y rentable, en este caso de forma asociativa y solidaria.

Si hablamos de Kalandula en Angola, de la región de Malanje, estamos de nuevo usando el emprendimiento como eje del cambio social de una comunidad rural muy empobrecida que ha construido, también gracias al proyecto desarrollado por Ingeniería Sin Fronteras con la entidad local ADRA, capacitar a la comunidad local, poniendo especial foco en las mujeres, en competencias emprendedoras y análisis y desarrollo de negocios comunitarios.

Tuve la oportunidad de trabajar con ellos varios años en la capacitación de los equipos técnicos/as y crear los materiales para potenciar sus competencias emprendedoras y analizar los modelos de negocio. De nuevo las personas son la llave para que los modelos funcionen en el territorio y puedan ser fomento de empleo e independencia económica, pero además apuntalan valores claves para el desarrollo de las personas y por ende de la comunidad.

Si os cuento de El Salvador volvemos a ver la misma realidad, donde el proyecto de emprendimiento de mano de la ONG Fe y Alegría me permitió conocer a profesorado realmente comprometido (y aquí el compromiso era de vida) con sacar a jóvenes de las maras para ofrecerles otra oportunidad a través de capacitarlos para poder desarrollar un negocio propio.

Y así podríamos seguir poniendo luz en tantos y tantos lugares donde el emprendimiento, a través de la comunidad y el trabajo con las personas y sus modelos de negocio, ha conseguido cambiar las vidas de todos sus habitantes de una forma u otra.

Después de todas estas experiencias, y muchas más que no tengo espacio para compartir, me han hecho entender que el emprendimiento puede hacer mucho más que generar empleo y riqueza (que es mucho), puede transformar socialmente haciendo personas más libres, generando una sociedad más justa e igualitaria. Y alguien puede pensar que estos ejemplos son casos diferentes porque hablan de sociedades menos desarrolladas, no de nuestra realidad  a este  “lado del mundo”. Sin embargo, yo discrepo, todos los días tengo la suerte de seguir trabajando con personas emprendedoras de todas las latitudes, con mochilas a sus espaldas y realidades muy diversas, y al final de cada día la conclusión es la misma: LAS PERSONAS SOMOS CAPACES DE TRANSFORMAR EL MUNDO si tenemos en nuestras manos las herramientas adecuadas y un propósito, y no hay diferencia, por eso me dedico a este “maravilloso oficio de emprender”.

Así que 10 años después aún resuenan en mis oídos las palabras de Rosita, y las siento como propias cuando recuerdo a Angelita, una de las mujeres de MAPEL, que me enseñaba que “gracias al emprendimiento en la cooperativa su hijo varón, de 10 años entonces, veía a una madre trabajadora, independiente económicamente, feliz, que seguía aprendiendo y formándose y esto sería germen para que cuando creciera no fuera extraño para él que su mujer también pudiera trabajar y tener un negocio propio”… ese cambio, para ella, era tan importante como la cuenta de resultados del taller de costura que tenía.

Emprender, para mí, es cambiar el mundo desde un propósito que comienza en la persona emprendedora y sus competencias y termina en una propuesta de valor viable para el mercado.

Emprendimiento Colectivo ha publicado este artículo con el permiso de su autora mediante una licencia de Creative Commons.


*Esta entrada ha sido realizada en el marco del proyecto: “Academia Iberoamericana de Emprendimiento en Economía Social y Solidaria» financiado por la Consejería de Empleo, Empresa y Trabajo Autónomo de la Junta de Andalucía.

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