Tiempo de lectura: 3 minutos

Desde que comencé a estudiar el desarrollo internacional en la universidad, he sido una apasionada del área. Ahora bien, ese interés fue acompañado desde el principio de la frustración. Décadas de trabajo, cientos de miles de millones de dólares, profesionales, organizaciones, fundaciones, programas y proyectos… y, sin embargo, la desigualdad y la pobreza (con todo lo que ellos suponen) se han mantenido a penas invariable. Sí, se ha hecho mucho y se han conseguido muchísimas cosas, pero ¿han ido los resultados acordes con los esfuerzos?  

Poco a poco he ido dejando atrás la frustración y el anhelo por la cooperación en terreno y he intentado convencerme de que sí, se pueden hacer pequeñas cosas desde lugares pequeños. Conseguimos así una suma de pequeñas acciones y vamos construyendo, de la mano de la economía social y solidaria, una alternativa al sistema actual que genera pobreza, desigualdad e impide el desarrollo de las personas.  

La cooperación para el desarrollo se puede hacer a través de nuestras elecciones de consumo, tanto de productos como de servicios. Dejando atrás valoraciones condenatorias de los consumidores sobre todos los males del planeta, es cierto que nuestras elecciones pueden tener un mayor impacto del que pensamos. La cooperación para el desarrollo se hace, también, desde la educación para la transformación global, desde la contribución al entendimiento de que las sociedades están interconectas y, por lo tanto, nuestras acciones tienen repercusiones, ya sean positivas o negativas. Entendiendo que, si bien no somos los causantes de los males de los países (mal llamados) en desarrollo, en el momento en el que participamos del sistema que los origina y los perpetúa, tenemos cierta responsabilidad.   

En lo que respecta a lo más estrictamente económico y financiero, el dinero, hay mucho por hacer. Indudablemente, el sistema económico y financiero actual no es sostenible. No se alinea con el desarrollo que beneficia a las personas y al planeta. Desde el movimiento de finanzas éticas se denuncian los sectores e industrias a las que va a parar nuestro dinero y las consecuencias negativas que eso suponen para millones de personas. Trabajan para que el dinero fluya en una dirección favorable al desarrollo humano y la sostenibilidad de nuestro planeta.  

Ahora bien ¿Y si, además de no invertir y mantener nuestro dinero en industrias perjudiciales, este se promoviera como herramienta de desarrollo en los países del sur global? La experiencia y los estudios de evaluación demuestran que las finanzas son una herramienta poderosa para el desarrollo. Si bien ha existido desde sus orígenes un fuerte debate académico, es cierto que las transferencias de dinero y los microcréditos no transforman la economía de forma notable, pero contribuyen a reducir la pobreza (European Union, 2020). Pero no únicamente. Si se acompaña de enfoques centrados en el desarrollo de capacidades y en las comunidades, el dinero puede ser la herramienta para desarrollo endógeno de las personas. Esto es, distintas visiones del desarrollo acorde con las necesidades, ambiciones y características de cada sociedad o comunidad local.  

El desarrollo de capacidades supone que no solo se facilite el préstamo y se invierta en los países del sur, sino que también se busque mejorar los medios de vida de las personas a través de desarrollar sus capacidades. Esto se puede conseguir de múltiples maneras. Entre ellas, proveyendo servicios, asociaciones con terceros y aprendizaje e intercambio de conocimiento. El enfoque de comunidad, por su parte, se basa en llevar a cabo proyectos de desarrollo de la resiliencia de las comunidades a partir de iniciativas en materia de educación, agua, saneamiento, vivienda, estructuras comunitarias, salud, etc.  

Las finanzas mueven el mundo. Esta es una frase cliché, pero no por ello menos cierta. Considero que las finanzas para el desarrollo merecen mayor atención y creo que pueden tener potencial si se acompañan de enfoques como los mencionados anteriormente. Hacen falta iniciativas y alianzas entre organizaciones de cooperación para el desarrollo e instituciones y cooperativas bancarias para que, juntas, hagan que el dinero fluya en favor de las personas y de un modelo de desarrollo comunitario justo, equitativo y sostenible. Eso sí, siempre y cuando se haga desde el cuidado que merece cualquier acción en el ámbito del desarrollo en cada uno de los contextos socioculturales. 

La cooperativa ecuatoriana de ahorro y crédito Jardín Azuayo es un ejemplo práctico de economía social y finanzas para el desarrollo comunitario. He de confesar que escuchar personalmente la misión y visión de la cooperativa en voz de Maira Gonzales, su directora financiera, me devolvió la esperanza que cultivé y, a la vez, abandoné en los libros y artículos sobre el postdesarrollo.  

Su visión se basa en el espacio de convivencia del cooperativismo y en el fortalecimiento de la economía solidaria y popular. Para la cooperativa, es imprescindible no perder de vista que el ser humano, por naturaleza, vive en comunidad y por ello, la cooperativa es una sociedad de personas, no de capitales. El foco está siempre puesto en la persona y en su desarrollo. Dar crédito y servicios de ahorros no es un fin, sino un medio.  Su misión está enfocada a mejorar las condiciones de vida de las personas. Sus cuentas financieras y su posicionamiento como la segunda cooperativa más grande del país le avalan, siendo un excelente ejemplo de finanzas para el desarrollo. 

Emprendimiento Colectivo ha publicado este artículo con el permiso de su autora mediante una licencia de Creative Commons.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones Similares