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Hace unas semanas participé en una mesa redonda sobre mujeres y emprendimiento rural. La entidad organizadora había invitado a seis mujeres, todas con una edad entre 30 y 45 años, para que contaran su experiencia. A la pregunta sobre las razones por las que habían emprendido, tras exponer argumentos variados (desarrollar un proyecto empresarial deseado, buscar la manera de quedarse en sus entornos rurales, etc.), todas ellas, sin excepción, mencionaron los cuidados y la conciliación como una motivación indirecta. Me pregunté entonces si en la mesa hubieran participado hombres cuántos de ellos hubieran mencionado la conciliación o los cuidados.

Recordé esta anécdota al participar, invitada por la Escuela de Economía Social, en una nueva edición del Laboratorio Iberoamericano de Economía Social. En esta ocasión, el foco se ponía en las problemáticas que dificultan el acceso de las mujeres a las finanzas y las medidas a promover desde la economía social. Es profusa la documentación que muestra cómo las mujeres son un colectivo que sufre pobreza y desigualdad (basta leer el último informe El Panorama de Género 2023, de Naciones Unidas), pero las diferentes intervenciones en las jornadas pusieron de manifiesto una reflexión común: la inclusión financiera no debe ser un fin en sí mismo, si no un medio para conseguir una mayor autonomía y libertad de la mujer.

La exclusión financiera es una de las manifestaciones más claras de la exclusión social que sufre la mujer. Como indicaba en su intervención la profesora de la Universidad de Deusto, Cristina de la Cruz, la raíz del problema no es la menor inclusión financiera de las mujeres sino la brecha que provoca la desigualdad de género. Por eso, las estrategias de inclusión financiera no pueden funcionar de manera aislada sino enmarcadas dentro de procesos de lucha contra la desigualdad de género. “Lo que se distribuye no es sólo dinero, es libertad”, expresaba la profesora. Porque mediante la inclusión financiera de las mujeres se puede favorecer su capacidad de decisión, mejorar su confianza y contribuir a transformar un sistema que, hoy por hoy, sigue siendo excluyente para las mujeres.

Las diferentes experiencias compartidas durante las jornadas mostraron, precisamente, cómo los espacios de la economía social y solidaria son espacios de apertura, transformadores, donde pueden llevarse a cabo iniciativas de inclusión financiera que van más allá de un mero intercambio económico. Contribuyen a la transformación del sistema, pensando soluciones desde espacios amables e inclusivos. Experiencias como el Fondo Fiduciario de la ONU para Eliminar la Violencia contra la Mujer, los talleres de educación financiera para mujeres en el crédito solidario del brasileño Banco Palma, el proyecto mexicano Multitrueke Mixiuhca, las formaciones de la española Escuela de Emprendedoras Juana Millán, la Cooperativa ecuatoriana de Ahorro y Crédito Jardín Azuayo o el Fondo Rotatorio solidario “Rosario Emprende”, de la municipalidad argentina de Rosario. Todas ellas iniciativas que trabajan para la inclusión financiera de las mujeres desde esa perspectiva de empoderamiento.

Las finanzas éticas ofrecen también espacios con experiencias interesantes. Tanto las acciones llevadas a cabo por Oikocredit, dentro de su programa de microcréditos, como las iniciativas desarrolladas por las entidades de REFAS, la Red de Finanzas Alternativas y Solidarias, que con sus fondos solidarios y de emprendimiento facilitan a las mujeres el acceso a recursos económicos que posibilitan su transición hacia mayores espacios de autonomía.

Hace unos días conocimos que el Premio Nobel de Economía recae este año en la economista y profesora Claudia Goldin. Su investigación “detectivesca”, buceando en datos del mercado laboral estadounidense a lo largo de 200 años, ha permitido documentar el papel femenino en el mercado laboral y, con ello, entender un poco mejor la brecha de género. Su trabajo pone el foco en aspectos como, por ejemplo, la importancia del ciclo vital y familiar de las mujeres en su participación en el mercado laboral y cómo las tendencias culturales y sociales influyen en la toma de decisiones de las mujeres. Con ello puede comprenderse la razón por la que el desarrollo económico no siempre ha supuesto una reducción real de la brecha salarial entre hombres y mujeres. Como indicó la Academia sueca, “comprender que existe la brecha de género es un primer paso, pero entender porqué existe es lo que realmente pone a la política en condiciones de cambiar las cosas”.

Por eso, entender la importancia de la conciliación y los cuidados en la vida laboral de las mujeres, reconocer la brecha de género como exclusión social y ser conscientes de que la inclusión financiera es una herramienta para que las mujeres sean libres de seguir su propio camino, son pasos importantes en esa necesaria transformación. Como indicaba en una reciente entrevista Anna Fasano, presidenta de Banca Etica, “a quienes, incluidas las mujeres, afirman que las finanzas no son necesarias para la vida cotidiana, debemos recordarles que la violencia económica contra las mujeres existe, que hay mujeres que dependen primero de la cuenta bancaria de su padre y luego de la de su marido. La violencia económica no es técnicamente un delito -por eso es difícil de detectar-, pero priva a las personas de autonomía”.

Emprendimiento Colectivo ha publicado este artículo con el permiso de su autora mediante una licencia de Creative Commons.

Un comentario

  1. Una vision que nos sitúa ante la realidad del ambito de los derechos humanos.
    La inclusión financiera de las mujeres, como explica la autora, es una senda de libertad.

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