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Repensando la noción de TRABAJO desde la economía social, solidaria, popular y comunitaria.

Desde hace unos años, en buena parte del mundo, se está revisando y problematizando, con distintos debates, formatos y connotaciones, la noción de “trabajo” tal y como la veníamos entendiendo en el siglo XX. Tanto en el Norte como en el Sur global, la noción de trabajo entendida únicamente como sinónimo de empleo asalariado con garantías laborales y protección social (concepción propia del contexto post – revolución industrial y asociado al histórico Estado de bienestar), ha perdido claramente su vigencia.

En el Norte global, el avance de las tecnologías y la robótica han jugado un rol fundamental en la sustitución de mano de obra en determinados y crecientes sectores de actividad, con la llegada de la automatización industrial; a su vez, el conocido como “capitalismo de plataforma” ha irrumpido con fuerza en algunos sectores, precarizando las condiciones laborales de los trabajadores, haciendo retroceder los derechos laborales conquistados, y aumentando, en consecuencia, la vulnerabilidad de los mismos.

En el Sur global, la equivalencia del trabajo con relación laboral mediada por un salario con garantías de protección social, empieza a ser, cada vez más, una rareza, particularmente en América Latina. En Argentina, por ejemplo, algunas estadísticas afirman que desde el 2012 no se genera empleo asalariado desde el sector privado. Al mismo tiempo, en este país, más allá del signo político del gobierno en el poder, ha quedado evidenciada la incapacidad por parte del Estado de abordar de forma eficaz, integral y sostenida en el tiempo, la compleja problemática del desempleo, la subocupación y la precarización laboral de una porción cada vez más creciente de ciudadanos/as.

Ante esta problemática estructural y compleja, muchos argentinos (en mayor proporción, mujeres), al igual que sus pares en otros países de Latinoamérica, se ven forzados a inventarse de forma creativa estrategias diversas que apunten a la generación de ingreso (coyuntural, pero también sostenido) para el sostén de sus familias. Así, en las últimas décadas, ha ido tomando forma una compleja, rica y diversa trama de actividades económicas, que combina y mixtura actividades tales como el cuentapropismo, la reventa de productos, el reciclado y recuperación de materiales desechados, la artesanía o el truque, conformándose un campo rico y dinámico en su configuración, denominado “economía popular”.

Este es sin duda, un fenómeno creciente en las últimas décadas en Argentina, y en algunos países de América Latina, que está cobrando vez mayor trascendencia, no solo económica, sino también social y política. Estas nuevas formas de trabajo, surgidas al calor de las crisis socio-económicas cíclicas, apuntan a resolver necesidades concretas de las familias, sobre todo en las grandes urbes argentinas y latinoamericanas, permitiendo así a sus protagonistas, la “reproducción ampliada de la vida” (en palabras del economista José Luis Coraggio), tanto familiar como comunitaria.

En Argentina, según datos del Programa de Estudios e Investigaciones de Economía Popular y Tecnologías de Impacto Social (PEPTIS/ CITRA), tomando como base la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), el universo de la economía popular está integrado por 4.192.655 personas, es decir un 32,5% de la población económicamente activa. De este universo, solo el 31,2% recibe algún beneficio monetario proveniente del Estado, es decir, menos de la tercera parte.

En la economía popular argentina, nos encontramos con un protagonismo claro de las mujeres, que son quienes llevan el timón en la gestión y dinamización de las economías familiares, y barriales; ellas son quienes producen valor económico socialmente necesario, pero sin ser reconocidas como trabajadoras. En este sentido, se hacen cargo del cuidado de personas ancianas, menores y adultos dependientes, atienden los merenderos, los comedores barriales y las ollas populares, lideran la gestión de organizaciones sociales que brindan servicios a los vecinos/as, atienden los puestos en las ferias populares, entre múltiples actividades que generan valor social y económico. No obstante, a pesar de esta realidad abrumadora (más evidenciada aun en contexto de pandemia), todo este universo rico y activo de actividades de la economía popular que acontecen de forma cotidiana en la mayoría de las urbes del país, queda afuera de la concepción oficial de “trabajo”.

Cuando las estadísticas oficiales hablan de “participación laboral”, o del “mercado de trabajo”, persisten en hacer referencia al trabajo asalariado, ignorando este campo rico y diverso de actividades económicas que sostienen la economía y el tejido social en cada vez mas barrios de las grandes ciudades de Argentina y Latinoamérica. Desde el imaginario social y desde el propio Estado, se invisibiliza todo este caudal económico y el amplio universo de trabajadores y trabajadoras que llevan a cabo todos estos trabajos en el campo de la economía popular, bajo formas no salariales y sin empleador. En realidad, estos trabajadores/as lo que necesitan son derechos, no trabajo (“Transformar los planes en trabajo?”. Ana Natalucci y Ernesto Mate, Le Monde Diplomatique, noviembre 2021).

En consecuencia, si dejamos de lado la noción histórica de trabajo como empleo asalariado, y abrazamos una concepción mas abarcativa y acorde al siglo XXI, visualizaremos múltiples actividades vitales generadoras de bienes, servicios y oficios que satisfacen necesidades humanas y comunitarias, generando valor y utilidad social. En este sentido, la economía popular argentina, liderada por las mujeres, definitivamente moviliza un gran caudal de trabajo rico y diverso. Como afirma Verónica Gago, “ellas son quienes despliegan una enorme masa de trabajo gratuito, apenas subsidiado, no registrado, precarizado, que coincide con la imagen contundente de “trabajo esencial” y que una y otra vez tiene que validar su capacidad productiva y su volumen político” (“Mujeres, cuidados y planes, Veronica Gago, Le Monde Diplomatique, noviembre 2021).

En consecuencia, al menos en la agenda política del Sur global, se torna urgente repensar y resignificar la noción de “trabajo”, considerando todo lo anterior, y particularmente la reconfiguración veloz del empleo en este siglo XXI. Particularmente en Argentina, “lo que antes era norma (trabajo asalariado con derechos) hoy se defiende como privilegio de unos pocos” (Gago, V). En contraste, existe todo un gran volumen económico de trabajo esencial no reconocido llevado adelante por mujeres en los hogares, barrios y organizaciones sociales, territorios que se han tornado espacios económicos socialmente relevantes. Como afirma Gago, “el feminismo ha movido la lente de las espacialidades productivas (…). Es en esa trama de espacialidad laboriosa donde tiene lugar la tarea de reproducir la vida” .

En este sentido, desde la economía social, solidaria, popular y comunitaria, tenemos mucho qué decir al respecto. Guiada por principios y valores como la cooperación, la equidad de género, la solidaridad y la reciprocidad, esta economía nos permite visibilizar, reconocer y potenciar todos estos trabajos socialmente útiles y económicamente valorables que resuelven necesidades de la comunidad. Convencidos de que esta economía con perspectiva de género es un paradigma en construcción, estamos llamados a reconocer, fomentar y articular emprendimientos sociales y cooperativos que viabilicen todos aquellos trabajos que sitúan la vida familiar, comunitaria y ambiental en el centro de la ecuación de nuestras economías y sociedades.

Cooperativa SOL TRE CHA

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