Cuando pensamos en crear una comunidad energética, es muy habitual que la conversación empiece (y a veces termine) en dos ideas:
- Lo que se va a ahorrar cada persona socia.
- Cómo se va a financiar la instalación.
Ambas cuestiones son importantes. Pero si queremos que una comunidad energética nazca bien y crezca fuerte, necesitamos ampliar la mirada. Porque una comunidad energética no es solo la suma de sus personas socias.
Es un proyecto colectivo con vocación de permanencia, que requiere cuidados, compromiso y una base económica más amplia que el mero retorno de inversión.
El modelo de sostenibilidad económica: una conversación pendiente
Solemos pensar que hablar de modelo económico es hacer números, calcular balances o proyectar rentabilidades. Pero en una comunidad energética, hablar de sostenibilidad económica es, además, preguntarnos qué queremos que perdure y cómo lo vamos a cuidar.
Este modelo no se reduce a un Excel. Es un marco para tomar decisiones sobre el presente y el futuro colectivo. Porque lo que se sostiene no es solo una instalación técnica: es una red de relaciones, una cultura de colaboración y un propósito compartido.
Por eso, el modelo de sostenibilidad económica debería partir de una conversación honesta y abierta, en la que podamos preguntarnos:
- ¿Qué necesitamos realmente para que la comunidad siga viva, útil y evolucionando para dar respuesta a las necesidades energéticas del territorio dentro de cinco o diez años?
- ¿Qué tipo de relaciones económicas queremos cultivar: individualistas, cooperativas, solidarias?
- ¿Cómo articulamos los recursos que generamos para que se distribuyan de forma justa y equitativa?
- ¿Qué valores queremos que orienten nuestras prioridades cuando haya que decidir entre crecer o cuidar?
En el fondo, se trata de imaginar una economía al servicio del proyecto colectivo, no al revés. Una economía que no se mida solo en retornos individuales, sino en capacidad de sostener lo que realmente importa.
Visión económica de la cooperativa: pensar más allá del autoconsumo
Una comunidad energética organizada como cooperativa necesita pensarse como una entidad económica con identidad propia. No solo como un instrumento para reducir facturas a cada una de sus socias, sino como una organización con capacidad de generar, gestionar y redistribuir recursos, prestar servicios, invertir estratégicamente y sostener empleos de calidad.
Esto implica varios elementos clave:
- Contar con una estructura económica sólida, que combine ingresos recurrentes con reservas que aseguren la reinversión y la sostenibilidad a largo plazo.
- Desarrollar líneas de actividad que generen valor económico, no solo social o ambiental, y que permitan depender cada vez menos de ayudas externas.
- Apostar por el empleo digno y local.
- Tomar decisiones económicas colectivas, con criterios que prioricen el impacto a medio y largo plazo sobre el bienestar de la comunidad y el territorio, por encima de beneficios inmediatos e individuales sin que sean excluyentes.
En este sentido, la sostenibilidad económica de una comunidad energética cooperativa también consiste en construir una economía propia: una que articule la eficiencia energética con el arraigo territorial, la democratización del conocimiento técnico y la generación de oportunidades de vida dignas.
Gastos invisibles, trabajo invisible
Muchas comunidades no llegan a prever lo que realmente implica sostener su actividad día a día: tareas administrativas, técnicas, de comunicación, participación o representación. A menudo este trabajo recae en un pequeño grupo de personas voluntarias que, con el tiempo, se agota.
Por eso, considerarlo desde el inicio no es solo una necesidad operativa, sino una decisión económica clave: sin previsión de recursos para estas tareas, el tejido comunitario se debilita. Dotar de medios a estos cuidados cotidianos es lo que hará posible que la comunidad exista, se mantenga y se fortalezca en el tiempo.
Fondos comunes: redistribuir, no solo rentabilizar
Los fondos, las aportaciones voluntarias y otros mecanismos de financiación cooperativa no solo permiten ejecutar proyectos, sino que son la base para que la comunidad funcione como un verdadero espacio de solidaridad económica. No todas las personas tienen la misma capacidad de inversión ni el mismo punto de partida para acceder a mejoras energéticas.
Diseñar herramientas financieras inclusivas —que redistribuyan, acompañen y equilibren— no es un extra: es una expresión concreta del propósito colectivo de la comunidad y una garantía de cohesión interna.
Brújula más que plan: adaptarse, revisarse, aprender
Un modelo económico sostenible no es un plan cerrado, sino una brújula que ayuda a mantener el rumbo. Debe permitir adaptarse a los cambios normativos, tecnológicos o sociales sin perder el sentido del proyecto. Y necesita espacios de revisión colectiva que nos permitan aprender, corregir y redefinir el camino cuando sea necesario.
En resumen: una comunidad con sentido
Si lo único que nos impulsa es el ahorro, es fácil que perdamos el entusiasmo cuando las cifras no acompañan. Pero si entendemos la comunidad energética como un espacio para construir autonomía, justicia y bienestar colectivo, quizás encontremos ahí la motivación y el sentido para sostenerla a largo plazo.
Y para eso, necesitamos modelos económicos en los que cuadren las cuentas y que den cuenta de lo que realmente queremos sostener.
Emprendimiento Colectivo ha publicado este artículo con el permiso de sus autores mediante una licencia de Creative Commons.