Desde el siglo XIX en Europa empezaron a mostrarse las señales, tanto en discurso como en producción intelectual y formas organizativas concretas de una economía alternativa al capitalismo tradicional y que basaba su esencia en principios y valores relacionados con el bien común, la auto-organización, la ética, entre otros.
Se le conoció como “economía social” (ES) y tuvo dentro de sus primeras expresiones organizativas al cooperativismo. Uno de sus principales teóricos y precursores fue el inglés Robert Owen, considerado como el padre del cooperativismo y que se trajo la idea a Estados Unidos.
Para poner en contexto el concepto, el Centro Canadiense de la Economía Social la define como aquella economía que “…se distingue del sector privado y del sector público e incluye las cooperativas, las fundaciones, las cooperativas de ahorro y crédito, mutualidades, organizaciones no gubernamentales, el sector voluntario, las organizaciones benéficas y las empresas sociales”.
La diferencia fundamental de la ES respecto al mercado o al Estado es el tipo de valor que genera. Como se sabe, el Estado, sus instituciones crean valor público; es decir un valor del cual ninguna persona u organización se pueden apropiar, sino que se consume de manera colectiva. El mercado por su parte crea valor privado; que es aquel del cual si pueden los actores sociales apropiarse y genera riqueza para los dueños o socios.
En cambio, las organizaciones de la ES crean un valor distintivo, que es privado porque hay una actividad mercantil que desarrollan (café, electricidad, ahorro y crédito, servicios múltiples, etc.); pero también es público solo que limitado directamente a las personas y familias asociadas o agremiadas. Desde luego que, dada la filosofía de la ES, también su accionar va más allá y cocrea valor público con el Estado y contribuye al desarrollo de los mercados.
A pesar de que en sus inicios la ES se vio como una alternativa para grupos y sectores excluidos y vulnerables, hoy se entiende que no es así. La ES ofrece oportunidades para el desarrollo de actividades productivas de gran calado o para maximizar la actividad del Estado en algunos servicios públicos; con la ventaja de su marco axiológico. Cuando se hace un análisis del rumbo que está tomando la humanidad hacia algo que denominamos los desafíos globales; los cuales carecen de respuestas globales, la ES se reposiona como una de las estrategias más convenientes para la humanidad.
La ES por su amplitud axiológica es capaz de albergar las novedades emergentes que se generan de interacciones entre tendencias como los cambios en el mundo del trabajo y multiculturalidad; o por ejemplo la transformación educativa y la protección de los recursos naturales y en especial del agua; la eficiencia en la prestación de servicios públicos o la banca ética; la conectividad y muchas actividades de la economía naranja.
En América Latina, la ES emergió formalmente a partir de finales del 1950, más tarde que en Europa; con especial fuerza en Brasil y luego fue siendo incluida en otros países. No obstante, hay experiencias puntuales, por ejemplo, en Costa Rica de organizaciones cooperativas fundadas en la década de 1940.
Lamentablemente, la institucionalización de la ES en el mundo, pero especialmente en América Latina también trajo consigo algunas “malas prácticas” de manejo y corrupción que les quitaron credibilidad y confianza a las iniciativas de autorganización. Pero no cabe duda de que la ES está volviendo más remozada y fuerte ante la situación actual de la humanidad, lo cual ya ha sido suscrito por importantes organismos internacionales e intelectuales de gran renombre.
Algunos ejemplos son el hecho de que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su promoción del “trabajo decente” haya indicado desde el año 2011 que la Economía Social y Solidaria es “nuestro camino común hacia el Trabajo Decente”.
Algunas voces de premios nobeles de economía se han sumado al llamado de la ES. El Nobel 2001 Joseph Stiglitz ha indicado que “las cooperativas y la economía social son la base del desarrollo económico inclusivo”.
El Nobel 1998 Amartya Sen señaló que el desarrollo debe ser ético y moral indicando que “hay que tomar en cuenta la libertad, la felicidad, la justicia”. En la línea de la participación autoorganizada en el desarrollo, la Nobel 2009 Elinor Ostrom creó la condición de gestión que llamó “el gobierno de los bienes comunes”.
A estas voces se unen por ejemplo la del Papa Francisco en la Encíclica “Laudato Si” la cual dedica a una visión integral de la humanidad que trata del “cuidado de nuestra casa común”. Y en esta misma línea ya desde 1987 “San Juan Pablo II, durante su visita a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), difundió con fuerza la idea de construir una economía solidaria para el continente”.
Luego de este repaso muy breve sobre la ES que en América Latina se le conoce también como economía social y solidaria, planteamos un par de ideas sobre sus posibilidades de fortalecerse en Costa Rica en los próximos años.
La gran mayoría de escenarios optimistas de futuro que se pueden crear nos ofrecen grandes oportunidades para el reposicionamiento de la ES. No obstante, se requieren aplicar algunos cambios estratégicos y ajustes tácticos. Uno de ellos, como plantea el profesor y economista argentino Bernardo Kliksberg es propiciar “…una reflexión que salga de la coyuntura, que mire más lejos, al mediano y largo plazos en el planeta”.
La segunda está en educar para el cooperativismo y la mutualidad desde la primaria; porque la base del éxito de la ES está en la confianza y el trabajo con el otro y con los demás. Este es un tema crítico hoy cuando los niveles de confianza interpersonal, según la última medición del Latinobarómetro está en su punto más bajo de la historia.
La tercera está en unificar el movimiento cooperativo costarricense, rompiendo las divisiones que no han permitido que el éste alcance su mejor versión. El futuro no está escrito, pero nos da señales que luego se convierten en oportunidades; pero éstas no esperan.
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