El siglo XXI, como bien señala Daniel Christian Wahl en el inspirador podcast “The Great Simplification” de Nate Hagens, es el siglo del cambio de modelo. Si esto no sucede, añado yo, será el comienzo del fin para muchas especies en el planeta, incluida la humana.
Uno de los principios fundamentales de la naturaleza es el equilibrio. Cuando se produce un desequilibrio en la presencia de unas especies frente a otras, la propia naturaleza responde a través de mecanismos como enfermedades, mutaciones y desastres naturales, que actúan para restaurar ese equilibrio y asegurar la autorregulación del sistema de la vida.
En lo personal, dedico una parte significativa de mi tiempo a tareas de regeneración del suelo y, con ello, a la biodiversidad, en un espacio concreto ubicado en la localidad de Albal, en Valencia: “La Chandra”. Este lugar es un oasis de vida en medio de un territorio degradado, rodeado de monocultivos, agricultura industrial y polígonos industriales que ocupan hectáreas de suelos fértiles, aunque, en muchos casos, permanecen desocupados por empresa alguna. Un reflejo de los excesos especulativos que marcaron las primeras décadas del siglo XXI. En todo este trabajo he sido testigo de cosas verdaderamente sorprendentes sobre la capacidad de autorregulación de la naturaleza. Es asombroso observar cómo, ante la aparición de una amenaza biológica —plagas, por ejemplo—, la naturaleza convoca a otras especies para contrarrestarla. No se trata de aniquilar la plaga, sino de restaurar el equilibrio, una vez más.
Al observar este comportamiento, resulta evidente que uno de los principios esenciales de esta realidad es la acción colectiva. Esto revela que una acción individual, cuando se basa en el “poder sobre” y no en el “poder con”, no solo agrava la degradación del entorno, sino que también imposibilita el restablecimiento del equilibrio. Es a través de la acción colectiva, en la que múltiples esfuerzos se alinean hacia un fin común, donde realmente se puede generar la regeneración y la estabilidad que necesitamos.
Estos conceptos, los dos tipos de poder, que leí por primera vez en La Esperanza Activa de Joanna Macy, diferencian claramente la visión tradicional del poder, basada en el dominio y control sobre otros (poder sobre), de lo que es el poder colaborativo, que surge de la cooperación y la sinergia entre personas o especies (poder con). Para hacer realidad la premisa expuesta en el primer párrafo de este artículo, que se refiere al siglo XXI como el siglo del cambio de modelo, es imprescindible llevar a cabo una transición en el modelo de poder sobre el cual entendemos la sociedad y la vida.
Sin embargo, el común de los mortales sigue delegando en manos de unos pocos la toma de decisiones, la construcción de modelos empresariales y todo lo relacionado con la atención de las necesidades que vemos y sentimos a nuestro alrededor. Algunas de estas necesidades son nuevas, propias del presente siglo, mientras que otras ya vienen de tiempos pasados. Estas soluciones suelen basarse en estructuras jerárquicas verticales, tanto en lo que respecta al poder como a la distribución de recursos. Estas propuestas, aunque cambien superficialmente la imagen de los problemas que abordan, perpetúan su continuidad y no logran soluciones de fondo.
Frente a esto, nos encontramos con proyectos colectivos nacidos de una mente abierta, capaz de reconocer que el status quo actual no está respaldado por ninguna ley natural, sino que es un constructo de nuestra sociedad, y por lo tanto, no tiene por qué ser inamovible. Estos proyectos también nacen de un corazón abierto, guiado por la comprensión, la empatía y la compasión en nuestras relaciones con los demás. Además, cuentan con una voluntad abierta, el coraje necesario para enfrentar estas problemáticas con propuestas que van más allá de lo «normal y lógico», explorando nuevas posibilidades que están siempre vivas, siempre cambiantes.
Por suerte, el número de proyectos que trabajan bajo estos parámetros está en constante crecimiento. El cambio se está produciendo, poco a poco, no solo a través del escalado de proyectos ya existentes, sino también con la aparición de nuevas propuestas, todas centradas en el apoyo de una comunidad que se autogobierna desde el «poder con».
Proyectos como Fonredess (fonredess.org), un fondo rotativo comunitario creado por un colectivo de personas y entidades no lucrativas que creen en la solidaridad y en los principios de apoyo mutuo. Este fondo tiene como objetivo apoyar iniciativas empresariales que operan fuera de la esfera del capitalismo neoliberal que hoy en día domina el espectro, promoviendo en su lugar un modelo basado en la economía solidaria, la acción colectiva y un propósito claro de regeneración ecosocial.
Otro ejemplo, inspirado en este enfoque, es la Fundación Mans al Terra (fondoregenerador.org), un fondo colectivo que busca democratizar el acceso a la tierra bajo los principios de los bienes comunes y relaciones basadas en responsabilidades conscientes, en lugar de las puramente económicas.
Dos proyectos que son solo dos gotas de agua en un océano de propuestas alternativas que surgen para transformar nuestra sociedad y el modelo de vida que sostenemos. Dos gotas de agua en las que tú también puedes participar, y aportar energía para recorrer un camino que se aleja del modelo actual, que está destinado a transicionar por una transformación incremental necesaria pero insuficiente que, finalmente, nos llevará a una metamorfosis eco social en la que habremos dejado atrás el «poder sobre» y todo lo que ello implica.
Que todo esto se convierta en realidad depende de cada uno de nosotros.
Emprendimiento Colectivo ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons