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Los desafíos socioecológico actuales, requieren de una economía que esté a su altura. Tanto desde el punto de vista del pensamiento y la reflexión como desde el punto de vista de la práctica. Los retos del siglo XXI requieren que integremos las lecciones aprendidas, dejemos ir los viejos patrones y comencemos a liderar, como dice Otto Sharmer del Presencing Institute del MIT, desde el futuro emergente. Si realmente aspiramos a transformar las cosas, tenemos que dejar ir lo que ha devenido obsoleto, lo que no ayuda ya, lo que es contraproducente. Las formas de hacer economía del siglo XX, aunque lograron mejorar el bienestar material de una parte de la población, no nos sirven en el momento actual.

Ya sabemos que este progreso, basado en la extracción de recursos y el crecimiento desmedido, se ha conseguido a costa de profundas desigualdades y de un deterioro ambiental que pone en peligro la propia supervivencia de nuestra especie. Hoy, necesitamos otra forma de ver y practicar la economía, que aborde conjuntamente los desafíos sociales, como ha hecho la Economía Social de toda la vida, así como los retos ambientales.

Kate Raworth, con su modelo de la Economía Rosquilla (Doughnut Economics), nos propone siete transformaciones fundamentales de pensar como economistas del siglo XXI .

Primero, cambiar el objetivo: en lugar de buscar el crecimiento infinito del PIB, debemos aspirar a satisfacer las necesidades de todos dentro de los límites planetarios. Segundo, ver el panorama completo: la economía no es un sistema cerrado de flujos monetarios, sino un subsistema integrado en la sociedad y la biosfera. Tercero, comprender y cultivar la naturaleza humana en todas sus dimensiones: somos más que homo economicus, a veces somos egoístas y también razonamos, pero somos fundamentalmente seres emocionales, adaptables con potencial para la cooperación y el cuidado mutuo. Cuarto, en un mundo tan complejo como el actual tenemos que aprender a entender los sistemas en los que vivimos: la economía es una red compleja y dinámica, no un mecanismo simple de equilibrio. Quinto, tenemos que aprender a diseñar las actividades económicas de forma que sean distributivas desde la base: la desigualdad no es una necesidad económica, podemos diseñar sistemas que distribuyan valor y poder. Sexto, crear para regenerar nuestros ecosistemas: podemos y debemos aprender a que nuestras actividades y comportamientos económicos generativos en lugar de degradativos. Y séptimo, ser agnósticos respecto al crecimiento: en serio, nuestra prosperidad no debe depender de él.

La economía social lleva casi dos siglos de ventaja en estas maneras de ver, sobre todo en la segunda (la economía es parte de la sociedad), tercera (podemos esperar mucho más del tipo de criaturas que somos), cuarta (la idea de mercados equilibrados por sí mismos es una quimera) y especialmente en la quinta (se puede y se debe distribuir desde la base de producción, no es democrático ni sensato dejar el reparto de beneficios a redistribuciones posteriores). También desde la economía social se llevan años demostrando cómo estas nuevas formas de pensar pueden traducirse en acción. Hoy además se está avanzando paulatinamente en integrar los retos ambientales.

Las cooperativas de energía renovable como Som Energía y las más de trescientas comunidades energéticas repartidas por el territorio español, ejemplifican el diseño distributivo y regenerativo. Estas iniciativas no solo proporcionan energía limpia, sino que democratizan el sistema energético, permitiendo que las comunidades sean propietarias y gestoras de sus recursos energéticos. En el sector alimentario, cooperativas como La Fageda en Cataluña, entre muchas otras, demuestran cómo la inclusión social puede combinarse con la sostenibilidad ambiental y la viabilidad económica.

La cuestión es que, si de verdad queremos transformar los sistemas actuales para situarnos en la «zona segura y justa» que describe Raworth, necesitamos que estas experiencias dejen de ser excepcionales. La economía social debe convertirse en el eje central de una economía de triple impacto: social, ambiental y también con propósito personal, la que nos haga más felices. Las finanzas éticas, representadas por entidades como Fiare Banca Ética o Coop 57, ya están canalizando recursos hacia proyectos que combinan rentabilidad financiera con impacto positivo. Estas instituciones demuestran que es posible repensar el papel del dinero como servidor, no como amo, de la economía.

La economía social tiene un ADN único, en el que ya laten valores como la solidaridad y la cooperación. El movimiento de las ciudades y barrios en transición en muchos lugares de Europa está generando nuevas formas de organización económica local, como los bancos de tiempo, las monedas sociales y los huertos urbanos comunitarios. Estas iniciativas construyen resiliencia comunitaria mientras reducen la huella ecológica. En el ámbito digital, plataformas cooperativas como Fairbnb o Smart (España – Portugal y Bélgica) están demostrando que la economía colaborativa puede organizarse de manera democrática y justa.

Los retos actuales exigen ir más allá de la mera adaptación. Las cooperativas de vivienda en cesión de uso, como La Borda en Barcelona, están repensando la manera de habitar, combinando la accesibilidad a la vivienda con la eficiencia energética y la vida en comunidad. En el sector industrial, cooperativas como Mondragón ya están principios de economía circular en su producción, demostrando que es posible mantener el empleo mientras se reduce el impacto ambiental.

La profunda crisis socioecológica es una oportunidad histórica para que la economía social asuma el liderazgo. Las soluciones que necesitamos ya llevan tiempo emergiendo desde el sector: empresas de inserción que trabajan en reciclaje, cooperativas agrícolas que practican la agroecología, entidades de comercio justo que construyen cadenas de valor éticas. Estas iniciativas demuestran que otra economía no solo es posible, sino que ya está en marcha.

El momento de actuar es ahora. La economía social tiene la responsabilidad y la oportunidad de liderar esta transición hacia una economía que opere dentro de los límites planetarios mientras garantiza una vida digna para todos. Porque, si no somos nosotros, nosotras, los que llevamos años sosteniendo esta visión, ¿quién?

Y si no es ahora, que la situación lo pide a gritos ¿cuándo?»

Referencias: Raworth, K. (2017). Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-Century Economist. Random House Business. Scharmer, O. (2016). Theory U: Leading from the Future as it Emerges. Berrett-Koehler Publishers. Hopkins, R. (2011). The Transition Companion: Making Your Community More Resilient in Uncertain Times. Green Books.

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