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Uno de mis compromisos es divulgar el pensamiento sistémico, pero ¿qué es? ¿para qué sirve? y ¿por qué hacer el esfuerzo de aprender un nuevo lenguaje que puede convertirse en una práctica más que pronto pase de moda? 

Como individuos y sociedad tenemos el reto de adaptarnos al entorno. Este concepto es tan familiar que pocas veces nos paramos a pensar en qué significa o implica. El entorno es aquello que no somos nosotros mismos y en lo que no podemos controlar o influir de forma directa. Aquí encontramos la primera dificultad. ¿Quiénes somos “nosotros”? ¿Somos siempre el mismo o dependemos del contexto en el que nos encontremos? Lo mismo sucede cuando nos preguntamos por el entorno ¿es el pasado parte de nuestro entorno, lo es el futuro? Teóricamente no podemos influir en el pasado, pero este influye en las decisiones que tomamos hoy. Por ejemplo, durante la edad media en Inglaterra las personas que viajaban a caballo necesitaban tener su mano derecha libre para desenvainar su espada ante cualquier ataque por sorpresa al cruzarse con un extraño. Esta costumbre perduro hasta la implantación del automóvil. Para entonces, cambiar el sentido del tráfico para adaptarlo al estándar europeo era tan costoso, que no fue imposible llevarlo a cabo. Este fenómeno se conoce como “dependencia del camino”. 

Lo mismo sucede con el futuro. Muchas de las decisiones que tomamos están dirigidas a anticiparnos a algo que creemos que va a suceder, pero este futuro nunca llega de la forma que imaginábamos precisamente porque nuestras acciones preventivas alteran el futuro tal y como lo habíamos imaginado. Según McKinsey, la esperanza de vida de las empresas en el S&P 500 estadounidense (el índice de las 500 empresas más valoras) ha pasado de 61 años en 1958 a menos de 18 años en 2021. Esto demuestra que lo difícil que pronosticar, anticiparse al futuro y adaptarse a él. 

Este es nuestro reto, adaptarnos a un entorno que no podemos pronosticar porque cambia cada vez que actuamos sobre él y dónde nuestra capacidad para intervenir está limitada por nuestras decisiones pasadas y por nuestra comprensión del presente. 

Estas dos situaciones se suman a la altísima fragmentación a en la que tenemos que tomar decisiones cada día. Nuestra falta de certidumbre nos hace girarnos a los datos para buscar seguridad a la hora de tomar decisiones. Pero los datos son el resultado de una acción. Si, por ejemplo, realizo una búsqueda en Google, el buscador registra la hora, el día, las palabras que he introducido, la web de destino, etc. Si lo hago muchas veces, agregará los datos, los relacionará con datos de personas con un perfil similar al mío y me devolverá sugerencias de productos que otros como yo han consumido. Hasta aquí todo bien, dejando al margen los problemas de privacidad. Pero estos datos sólo tienen sentidos mientras el contexto permanece estable. Cuando el contexto cambia, los datos pierden, si no todo, gran parte de su significado, por ejemplo, los datos del sector turístico tras la pandemia. 

Es en dentro de esta complejidad donde el pensamiento sistémico ofrece herramientas útiles, pero ¿qué es y cómo funciona? 

El pensamiento sistémico no es más que una forma de mirar a la realidad prestando atención a las relaciones en lugar de a los elementos en sí. Por ejemplo, para describir a una persona no se centraría en su edad, su lugar de residencia o profesión, sino en cómo la distancia entre su trabajo y su residencia afecta a su calidad de vida y qué riesgos puede suponer para él o ella en función de su edad. Esto, que es un ejemplo fuera de cualquier contexto, sirve para explicar la diferencia entre el pensamiento analítico y pensamiento sistémico, es decir, entre tratar de comprender la realidad a través de los datos y su análisis y hacerlo a través de las relaciones y su síntesis. 

Y es que el pensamiento sistémico no trata de diseccionar la realidad en sus componentes fundamentales, comprenderlos y recomponerlos para entender el todo, sino que trata de dar sentido al todo, es decir, comprender el problema en su conjunto sin necesidad de fragmentarlo. Por ejemplo, Frederick Taylor creó la gestión científica que dio vida a la producción en cadena. Lo hizo fragmentando cada tarea en otras tareas más sencillas para que cualquier persona no cualificada pudiera ejecutarla. Esta visión analítica del trabajo incremento la productividad exponencialmente ya que, además de la maquinaria, las personas eran tratadas como piezas reemplazables. El pensamiento sistémico contribuye a completar esta visión, aproximándose a la situación como un todo, prestando atención a la alienación de los trabajadores por desarrollar tareas insignificantes y repetitivas, el impacto del despido y el reemplazo, el auge de la competencia entre empresas que llevaría a la escalada del precio de los salarios, la consecuente mejora del nivel de vida y la necesidad de servicios públicos, etc. 

El paradigma analítico nos ha traído hasta aquí, con muchas cosas positivas, pero también con desigualdad, conflictos y contaminación, entre otros efectos secundarios. Es evidente que tenemos que actuar como individuos y como sociedad para evitar el desastre. Para contribuir a disolver estos problemas necesitamos ser capaces de compartir y articular las distintas visiones que tenemos sobre los problemas y auto organizarnos para diseñar e implementar las soluciones a lo largo del sistema. El pensamiento sistémico ofrece herramientas que facilitan el diálogo y la captura y conexión de la información para poder reflexionar sobre ella conjuntamente. Permite simular y anticipar el comportamiento de sistemas complejos y entender las consecuencias de nuestras decisiones y políticas sin necesidad de tener que implementarlas. 

Hace tiempo, yo no sabía nada del pensamiento sistémico. Lo que a mí me fascinó y me mantiene enganchado a él es que cada concepto que aprendes es útil y lo puedes aplicar en situaciones reales inmediatamente. La sola consciencia de la interdependencia, por ejemplo, ayuda a no precipitarse en la toma de decisiones y hacer otro tipo de preguntas y de reflexiones que desatascan las relaciones y facilitan el diálogo. 

Comenzar a ver el mundo conectado solo requiere preguntarse qué causa lo que observamos, conectar la causa con su efecto con una flecha y seguir preguntando. Buena suerte. 

Imagen: boy standing inside closed room photo – Free Museum Image on Unsplash

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