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En un contexto donde la sostenibilidad económica de los proyectos de la Economía Social y Solidaria (ESS) sigue siendo uno de los grandes desafíos, surgen voces que apuestan por repensar el valor del capital, la confianza y la cooperación como ejes del cambio. Una de ellas es Mauricio O’Brien, asesor y formador con amplia trayectoria en el acompañamiento de entidades sociales, cooperativas y redes de emprendimiento rural. Su enfoque combina la comunicación estratégica, el diseño organizativo y las finanzas alternativas como herramientas para fortalecer el tejido social y construir modelos más justos y sostenibles.

En esta conversación, Mauricio comparte reflexiones esenciales sobre los retos que enfrentan las entidades de economía social: desde la fragilidad financiera y la falta de planificación, hasta la necesidad de profesionalizar los equipos humanos y de impulsar la financiación colectiva como mecanismo de confianza, participación y autonomía económica. A través de ejemplos y aprendizajes, plantea una mirada honesta y constructiva sobre cómo sostener proyectos transformadores en el tiempo sin perder su esencia ni su vocación comunitaria.


Emprendimiento Colectivo – Muy buenas, hoy tenemos el placer de entrevistar en nuestro Blog de Emprendimiento Colectivo a Mauricio O’Brien, muchas gracias por tu tiempo.

Mauricio O’Brien – Muchísimas gracias a vosotros por por invitarme y por ser partícipe de compartir un poco experiencias, vivencias y otras expectativas que puedan salir de esta entrevista.

E.C. – En primer lugar Mauricio; en los proyectos de economía social suele ser complicado mantener la estabilidad financiera. ¿Por qué ocurre esto y cómo se podría superar esta dificultad?

M.O. – Cada caso dentro de la economía social es diferente. No es lo mismo una asociación, una fundación o una cooperativa, ni dentro de estas, sus distintas tipologías. Por eso no se puede generalizar: cada proyecto enfrenta obstáculos distintos y encuentra soluciones propias según su contexto, su nivel de madurez y su comunidad.

Lo que sí debemos trabajar es la percepción errónea de que la economía social no es rentable o viable. Esa idea persiste porque a menudo se subestima la importancia de preparar a los equipos humanos para emprender colectivamente. Muchos proyectos nacen desde la ilusión o la vocación, pero sin evaluar su capacidad financiera o sin una estrategia clara de desarrollo.

Hay una gran diferencia entre un proyecto que comienza y uno que ya cuenta con recorrido, base social y arraigo territorial. Las organizaciones más consolidadas han aprendido a gestionar las crisis a través de alianzas, recursos no monetarios y estrategias de cooperación, no solo mediante el dinero.

Porque, al final, la sostenibilidad de un proyecto de economía social no se basa únicamente en la financiación, sino en la calidad de sus cimientos: los valores, la cooperación y el compromiso de las personas que lo sostienen. De la misma forma que pedimos implicación, debemos ofrecer formación, acompañamiento y herramientas que fortalezcan el capital humano.

Solo así los proyectos pueden madurar, crecer y resistir los vaivenes del mercado sin perder su esencia.

E.C. – Además de la financiación, ¿Cómo influye el capital humano y los valores del equipo en la supervivencia de una entidad de economía social?

M.O. – Cuando construimos un proyecto de economía social desde el “tejado” —desde la ilusión o la misión final— sin atender a las bases que lo sostienen, tarde o temprano aparecen las dificultades. Soñar es necesario, pero también lo es planificar, organizar y dotar de estructura a esos sueños.

Siempre digo que me encanta viajar en globo: imaginar, proyectar, ilusionarme con las ideas. Pero los castillos en el aire también necesitan cimientos. Y esos cimientos se construyen con trabajo, organización, herramientas financieras y visión a largo plazo.

Defender la economía social implica algo más que creer en sus valores: exige sostener nuestras entidades, dotarlas de estructura y de personas con perfiles complementarios. Los proyectos sólidos se construyen diferenciando tareas, equilibrando equipos y fomentando la cooperación interna, algo que no siempre es fácil.

En nuestra cooperativa apostamos por un modelo líquido, con un núcleo estable que aborda las áreas estratégicas —la base de nuestros servicios y de nuestra identidad— y un círculo más amplio de colaboradores externos que se suman por proyectos. Esa flexibilidad nos permite mantener un equilibrio entre estabilidad y apertura, siempre desde la equidad y la colaboración.

Tenemos unos valores que son nuestro techo y nuestro refugio, el espacio común donde convergen quienes comparten nuestra visión. Es como el cuento de Los tres cerditos: algunos trabajan con paja, otros con madera o con ladrillo, pero todos los materiales son necesarios si queremos construir una casa completa y resistente. Así ocurre con los proyectos: necesitan distintos perfiles, competencias y sistemas de gobernanza para sostenerse en el tiempo.

Las normas internas de convivencia y los mecanismos de participación son clave. No deben ser un documento formal sin uso, sino una guía viva que marque cómo funcionamos, cómo decidimos y cómo cuidamos lo colectivo. Las organizaciones evolucionan, cambian equipos, reformulan estrategias… pero los valores fundacionales deben seguir siendo su marco de referencia.

Del mismo modo, las herramientas financieras deben adaptarse a cada etapa. No son las mismas cuando se inicia un proyecto —con más riesgo y menos recorrido— que cuando ya cuenta con facturación y fondos propios. Comprender esa evolución y planificar en consecuencia es parte esencial de la madurez de cualquier entidad de economía social.

En resumen, soñar es imprescindible, pero construir es lo que da sentido y permanencia a los sueños. Una organización sólida no nace solo de la ilusión, sino del equilibrio entre visión, estructura y compromiso compartido.

E.C. – A raíz de esto, me gustaría profundizar en la financiación colectiva. ¿Qué papel juega el crowdfunding en el fortalecimiento de las entidades de la ESS?

M.O. – El crowdfunding va mucho más allá de recaudar dinero: es comunicar, validar una idea y consolidar una comunidad. Descubrí esta herramienta hace casi diez años y me cambió la perspectiva.

Existen distintas modalidades —donación, recompensa, préstamo, inversión o incluso matchfunding— que democratizan el acceso al capital y permiten a los proyectos testar su viabilidad real antes de dar grandes pasos.

El crowdfunding enseña a comunicar mejor, a medir la confianza y a diversificar fuentes de financiación. Además, es un ejercicio de transparencia: permite rendir cuentas, generar comunidad y reforzar la coherencia entre el discurso y la práctica económica.

E.C. ¿Cómo se puede generar esa confianza en la Comunidad para que la financiación colectiva sea sostenible en el tiempo y no algo puntual?

M.O. – Construir confianza en la financiación colectiva es un proceso que se basa en los resultados. Si una organización demuestra que cumple con lo que promete, responde bien a sus compromisos y comunica con transparencia el destino de los fondos, la gente vuelve a confiar. Una campaña de crowdfunding es, ante todo, un ejercicio de confianza. Cuando se gestiona correctamente, no solo financia un proyecto: consolida una comunidad y abre la puerta a futuras colaboraciones.

Un ejemplo claro es el de La Marea, un medio de comunicación cooperativo que desde su primera experiencia en crowdfunding demostró coherencia, rigor y compromiso con su comunidad. Gracias a esa confianza, pudieron lanzar campañas posteriores con mayor alcance y financiación. Cumplieron su misión y devolvieron a la ciudadanía el valor depositado en ellos. Ese ciclo virtuoso —confianza, resultados y coherencia— es la base de toda financiación colectiva.

Sin embargo, el crowdfunding no puede ser el único recurso. Hay que diversificar las fuentes de financiación, combinándolo con otras herramientas y actores. Es lo que llamamos “concatenación” o matchfunding, donde diferentes mecanismos se complementan entre sí. Las necesidades financieras cambian con el tiempo: no es lo mismo un proyecto que empieza de cero que uno consolidado, con fondos propios o un modelo estable.

He visto ejemplos inspiradores. Uno de ellos fue un pequeño proyecto de cuidados que desarrolló dispositivos para monitorizar a personas mayores. Comenzaron con una campaña de recompensa modesta para crear un prototipo y validar su idea. Esa primera experiencia les permitió obtener datos, ajustar su propuesta y evolucionar hasta convertirse en una startup social con capacidad para acceder a otras herramientas de financiación, incluidas rondas de inversión.

Lo más interesante fue la fidelización: las mismas personas que usaron el servicio y participaron como microfinanciadoras en la primera campaña terminaron invirtiendo en la segunda. Pasaron de ser usuarias a ser inversoras, movidas por la confianza en el impacto y la calidad del proyecto. Esa transición —de cliente a inversor— es un ejemplo perfecto de cómo el crowdfunding puede generar compromiso a largo plazo.

En el ámbito de la economía social, este tipo de financiación tiene sus particularidades. Las cooperativas, por ejemplo, no son fáciles de financiar a través de inversión directa, ya que su estructura no busca la especulación. Sin embargo, existen alternativas como los bonos sociales o comunitarios, los préstamos colectivos o los fondos de impacto. Todavía hay mucho recorrido por hacer y, afortunadamente, están surgiendo nuevas herramientas digitales adaptadas a entidades cooperativas y proyectos de innovación social.

El reto está en imaginar mecanismos financieros innovadores que mantengan la coherencia con los valores de la economía social: cooperación, sostenibilidad y justicia económica. No se trata de replicar los modelos tradicionales del mercado, sino de crear otros nuevos que combinen financiación, confianza y comunidad. Solo así construiremos un ecosistema de financiación realmente transformador.

E.C. – Para cerrar la entrevista, ¿Imaginas un futuro en el que la Economía Social y Solidaria sea capaz de sostenerse sin depender de ayudas públicas?

M.O. – A ver, yo creo que tenemos que ser realistas. A la hora de financiar proyectos, muchas entidades de la economía social no son conscientes de que existen mecanismos específicos pensados para ellas dentro del propio ecosistema de la economía social.

Me he encontrado con casos que me han hecho llevarme las manos a la cabeza. Por ejemplo, entidades sociales que no trabajan con banca ética. Es una incongruencia: hablamos de defender los valores de la economía social, pero luego no apoyamos a otros miembros de la misma economía para seguir adelante.

Hay que encontrar maneras de crear puentes y escenarios que hagan más accesibles estas herramientas de financiación colectiva —donación, recompensa, préstamo o inversión— y lograr que las entidades las interioricen como algo propio. Todavía hay cierta resistencia cultural al crowdfunding; a veces se percibe como pedir dinero en lugar de como un ejercicio de comunidad, confianza y corresponsabilidad económica.

Yo creo que el futuro pasa por la concatenación de herramientas de financiación, lo que algunos llaman matchfunding. Se trata de entender que cada una de estas herramientas —públicas, cooperativas o colectivas— puede funcionar de forma complementaria para reducir riesgos y fortalecer los proyectos.

Siempre digo que no se trata solo de hacer una campaña de crowdfunding y ya está, sino de ver qué otras herramientas tienes a tu disposición para construir tu proyecto. Imagina que tu idea necesita una inversión inicial de 500.000 euros. Si haces una campaña exitosa de 15.000 o 25.000 euros, demuestras que tienes capacidad de generar fondos propios. Eso te permite acudir a una banca ética que vea en ti un proyecto viable y te ofrezca una línea de financiación específica.

Las ayudas públicas irán a menos, especialmente con los recortes europeos y los cambios políticos, pero pueden combinarse con el matchfunding. Por ejemplo, un banco puede desarrollar un programa de incubación de proyectos sociales o innovadores: si consigues financiarte parcialmente con crowdfunding, accedes a una segunda fase de apoyo o incluso a microcréditos.
Esto no ocurre de un día para otro; es un proceso de crecimiento más natural y realista. A medida que logras pequeños éxitos y estructuras tu proyecto, reduces el riesgo y mejoras tu solvencia.

Creo que estamos obligados como ciudadanos a entender las herramientas de financiación y lo que implican, tanto en sus ventajas como en sus limitaciones. Y como entidades que apoyamos a la economía social, debemos difundir y aplicar modelos diversos que vayan más allá de la subvención tradicional.

Quiero destacar dos ejemplos que me parecen muy ilustrativos. El primero, desde el ámbito del desarrollo rural. Muchos proyectos rurales tienen dificultades para acceder a fondos por el urbanocentrismo de las políticas públicas. Sin embargo, una campaña de crowdfunding puede servir para demostrar coherencia, compromiso y apoyo comunitario, lo que abre la puerta a otras herramientas más tradicionales, como los fondos LEADER del desarrollo rural europeo.
He visto proyectos que, tras una campaña exitosa, pudieron acudir al grupo de desarrollo local y acceder a estas ayudas porque ya contaban con financiación propia y una base social real. Así se crea un círculo virtuoso: las entidades locales apoyan proyectos solventes, y las comunidades rurales ven florecer iniciativas de economía social en su territorio.

El segundo ejemplo ocurrió en Berlín, con una plataforma de crowdfunding enfocada en industrias culturales y creativas. Un banco regional desarrolló una línea de microcréditos asegurada por el Fondo Social Europeo. Las campañas exitosas en esa plataforma servían como prueba de viabilidad: quienes lograban recaudar fondos podían después solicitar microcréditos para ampliar sus proyectos. El banco movilizaba recursos reales a partir de la confianza generada en la comunidad.

Ese tipo de sinergias muestran que el futuro de la economía social pasa por combinar herramientas: crowdfunding, banca ética, fondos europeos, microcréditos o apoyo institucional.
Así se construye un mapa coherente de financiación que permite a los proyectos evaluar, aprender y crecer de forma sostenible.

Al final, no se trata de construir castillos en el aire, sino de hacerlos reales. Y eso cuesta: dinero, tiempo, energía y compromiso. Emprender desde la economía social no es fácil, pero ser conscientes de ello y actuar con coherencia es el primer paso para sostener lo que creemos.

Emprendimiento Colectivo ha publicado esta entrevista con el permiso de la entrevistada mediante una licencia de Creative Commons.

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