En un contexto global cada vez más marcado por la desigualdad, la crisis climática y los desafíos sociales, la economía social se presenta como una alternativa real y transformadora. En esta entrevista, conversamos con Dalia Borge, una de las voces más reconocidas en América Latina y el Caribe en temas de políticas públicas, cooperación internacional y liderazgo femenino en la ES.
Con dos décadas de trabajo junto a la Escuela de Economía Social, Dalia comparte su visión sobre los logros alcanzados, los retos pendientes y el papel clave de las mujeres y las comunidades en la construcción de un futuro más justo y sostenible.
Bienvenida, Dalia. Esta es tu casa, como bien sabes, así que muchas gracias por atendernos.
—Muchas gracias por la invitación.
Para empezar y poner en contexto a nuestros lectores: ¿Cuál crees que ha sido el aporte más significativo que ha hecho el sector de la economía social en América Latina?
—Son muchos. En los últimos años, la economía social ha contribuido de forma significativa a la inclusión financiera, a la generación de empleo asociativo de calidad y, en general, a mejorar la calidad de vida de muchas personas.
La Escuela de Economía Social ha estado presente en Centroamérica desde 2004 y en el resto de América Latina desde 2007. Desde la cooperación internacional, con el apoyo de la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo, se han impulsado numerosos proyectos. Uno de ellos buscó la integración de organizaciones de ahorro y crédito en Centroamérica y el Caribe, ya que identificamos que la falta de integración perjudicaba a las poblaciones.
También se desarrollaron proyectos para fortalecer las competencias empresariales de mujeres en la región. Hoy en día, muchas de esas mujeres ocupan puestos directivos, lo cual nos llena de orgullo. Además, trabajamos con jóvenes y personas en situación de exclusión relativa. En definitiva, hemos visto cambios muy significativos gracias a esta relación con Centroamérica, el Caribe y países como Paraguay y Chile, aunque con menor intensidad. También hemos contribuido a la creación de centros de formación y al fortalecimiento estructural de las organizaciones de economía social, que hoy cuentan con unidades de emprendimiento. Todo esto nos genera mucha satisfacción.
Te iba a preguntar por el papel de la mujer, pero ya lo mencionaste. Entonces, ¿Sientes que las iniciativas impulsadas desde la Economía Social de América Latina han logrado romper con estructuras patriarcales, o aún persisten?
—Lamentablemente, las brechas de género persisten. Existe todavía ese «techo de cristal», como lo menciona Linda Wirth en su libro El Techo de Cristal. Es un problema de larga data y muy difícil de romper. A pesar de los esfuerzos y programas, sigue siendo un reto lograr que más mujeres accedan a puestos de poder. Y esto es importante, porque las investigaciones demuestran que las mujeres tienden a tener una gestión más conciliadora y enfocada en el bienestar comunitario. El potencial está claro, pero todavía tenemos mucho por hacer.
¿Conoces alguna experiencia concreta liderada por mujeres que haya tenido un impacto significativo en la economía social latinoamericana?
—Sí, hay varias. Una que me gusta mucho está en el sur de Honduras, en Choluteca. Se llama La Sureñita, una cooperativa integrada únicamente por mujeres que produce anacardos (marañón). Son unas 150 asociadas, y generan empleo temporal a más de 400 personas. El 85% de su producción es completamente orgánica. Aprovechan tanto la semilla como la fruta del marañón. Es un modelo admirable, promovido por la Cooperativa Chorotega, con la que trabajamos desde 2012. Nos sentimos muy orgullosos de que esta cooperativa esté liderada exclusivamente por mujeres.
Qué alegría escuchar eso. Aunque, como bien comentas, aún queda mucho camino por recorrer. Cambiando de tema: en cuanto al medio ambiente, ¿Sientes que la economía social ha logrado paliar y aportar soluciones reales frente al cambio climático en la región?
—Creo que sí. Y no lo digo solo yo: la ONU, la OIT y la OCDE han reconocido que las cooperativas y las organizaciones de economía social están haciendo avances importantes en relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Son, de hecho, las llamadas a liderar esta agenda. Por su propia naturaleza, estas organizaciones tienen un impacto positivo tanto en el ambiente como en las personas. Cuando se pone a las personas en el centro, todo es posible.
¿Cuáles consideras que son los desafíos estructurales a los que se enfrenta la economía social y solidaria para ser una alternativa real y sostenible frente al modelo capitalista hegemónico?
—Son muchos. Uno de los principales es el modelo de consumo excesivo que domina nuestras sociedades. Aunque se pertenezca a una cooperativa, si no se interiorizan los principios y valores del cooperativismo, no basta. Cambiar los hábitos de consumo es un gran reto, incluso entre quienes forman parte del movimiento.
Otro desafío importante es el acceso al financiamiento. Muchas veces se promueve sin una verdadera educación financiera, lo que lleva al endeudamiento y, en consecuencia, a la pobreza. La salud financiera y la formación en este ámbito son fundamentales.
También hay una falta de integración. La cooperación entre cooperativas es un principio esencial que aún cuesta mucho poner en práctica. Necesitamos fortalecer continuamente esa conciencia cooperativista para poder generar nuevas cooperativas y asegurar que el modelo sea sostenible. La sostenibilidad no está en generar dinero, sino en la cohesión, los valores y la comunidad.
Y por último, ¿Qué futuro ves para la economía social en un contexto marcado por la crisis climática, la desigualdad y los desafíos urbanos en América Latina y el Caribe?
—El futuro, en general, presenta retos enormes: el cambio climático, la inteligencia artificial y la disrupción tecnológica, las grandes migraciones provocadas por la pobreza y por el clima. Pero confío plenamente en que la economía social, como siempre lo ha hecho, será resiliente.
El chileno Luis Braceto habla del “factor C”: cohesión, cooperación, comunidad… Todo lo que empieza con C. Parece sencillo, pero tiene un impacto profundo. La economía social puede y debe ser esa economía del futuro: una economía del bien común, solidaria, inclusiva, diversa. Solo desde la cooperación podremos enfrentar los grandes desafíos que ya están aquí y los que vendrán.
Estupendo, Dalia. Ojalá que así sea. Un verdadero placer tenerte aquí en Osuna y disfrutar de esta conversación tan enriquecedora.
—Muchas gracias a ti.
Acceso a la entrevista completa en vídeo: Vídeo Entrevista Dalia Borge
Emprendimiento Colectivo ha publicado esta entrevista con el permiso de la entrevistada mediante una licencia de Creative Commons.